Por EFE
El papa Francisco y el presidente de
Argentina, Javier Milei, se saludaron y abrazaron este domingo 11 de febrero tras la canonización de la primera
santa argentina, zanjando el tiempo electoral en el que el ahora mandatario
descalificaba al pontífice, tildándole de "representante del maligno en la
Tierra".
Una vez terminada la eucaristía en la
basílica de San Pedro del Vaticano, el pontífice fue llevado en silla de ruedas,
por sus problemas de rodilla, hasta el lugar en el que el político había
seguido la misa, a su derecha, en primera fila ante un reclinatorio.
En ese momento, Milei le estrechó la
mano y llegó a darle un abrazo, conversando ambos entre risas durante unos
instantes.
Contra la intolerancia
Francisco presidió en la basílica de San
Pedro la canonización de la laica consagrada María Antonia de San José de Paz y
Figueroa, conocida como "Mama Antula", y en su homilía recordó el
pasaje en el que Jesús sanó a un leproso, representación de los marginados
modernos.
"No pensemos que son solo cosas del
pasado ¡Cuántas personas que sufren encontramos en las aceras de nuestras
ciudades! ¡Y cuántos miedos, prejuicios e incoherencias, aun entre los que
creen y se profesan cristianos, contribuyen a herirlas aún más! También en
nuestro tiempo hay tanta marginación, hay barreras que derribar, 'lepras' que
sanar", sostuvo.
En este sentido, llamó a
"tocar" a esas personas que sufren y a no "reducir el mundo en,
dijo, los recintos de nuestro 'estar bien'".
"En estos casos tengamos cuidado,
porque el diagnóstico es claro: se trata de 'lepra del alma', una enfermedad
que nos hace insensibles al amor, a la compasión, que nos destruye por medio de
las 'gangrenas' del egoísmo, del prejuicio, de la indiferencia y de la
intolerancia", avisó.
Pocos minutos antes, el pontífice había
pronunciado la fórmula en latín con la que subió a los altares a "Mama
Antula", a la que se le reconoce una ardua labor social y religiosa en las
tierras argentinas del siglo XVIII, antes de su independencia de España.
Pero también agradeció su trabajo por
mantener vivo el legado de la Compañía de Jesús, a la que pertenece el propio
papa, tras su expulsión de la Corona Española por orden del rey Carlos III.